HILACIONES DE SOLEDAD
Entre dos laureles que pujan por otear el viento, tardes soleadas que anuncian casi siempre esplendorosos crepúsculos, libros a diestra y siniestra, papeles a medio terminar, me tumbo en la orilla más íntima del patio a esperar el anochecer, como quien espera un milagro. Cada día es la misma historia: anocheceres vienen y van acariciando los árboles y dejando sus láminas de sombras a la orilla. Me convierto así con el pasar de los años en el inútil cantor de las soledades cultivando memorias que crecen debajo de los árboles como únicas compañeras del destierro. Es para lamentarse, pero, si no hay dolor, si no hay pena, ¿quién es más feliz que este aldeano olvidado a sus propios quehaceres y paradojas, sin títulos, sin dinero? Muchas vidas se han estrellado en el vacío de las esperanzas no conquistadas. Algunos que conocí regresaron echando espumas como sonrisas milagrosas, otros todavía divagan a la intemperie de los caminos gozosos de no terminar nunca su recorrido por el ancho mundo de las ilusiones y los espejismos. Yo me quedé aquí. Permanecí en este pedazo de la tierra olvidada, este rincón sin nombre, también de esperanzas abolidas, pero sobre el cual florecen los árboles que me dan sombra y me protegen. No sé cuánto he perdido por no haberme movido, imagino que mucho. No he salido, pero no crean que me aburro. Cada atardecer, mientras las sombras descienden y se posan en estos rincones que quiero tanto, cuando emergen los grillos, las chicharras y los coquíes, hilo memorias de lo distinto y lo inefable, como si fuera una araña reunida y dispersa por los lugares que nunca visité. No sé si con eso me basta para ser feliz, pero me ha servido para darle sentido a mi inutilidad.
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buitdestels -