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R I O B I B Í - L I T E R A R I O

CRONICAS UTUADEÑAS

EL HILO DE TU LUZ

Tus versos redimen el tiempo de la palabra, invitan al fecundo suceso del amor, forjan su entrega sobre mares furibundos y entran a la proa de mi barco abandonado. Tus versos me transitan. Los escucho en el susurro de mis brisas marinas, sobre las frágiles espumas que contienen mi tiempo.
Estoy en tu palabra como en la nave más segura. Cuando lleguen los días grises a estas orillas tu memoria será mi bálsamo. Mientras llegan esos días sabré que estamos en el Tiempo de la Palabra que nos convierte en amorosos pasajeros. Iré como Ulises de sueño acercándome a tus orillas, a tus estaciones inexorables. Espero siempre el hilo que teje tu luz para seguir hacia el futuro, siempre tuyo.

Bajo la Luna

Recorro esta noche tropical mientras advierto tu celaje en el claroscuro. Estás por ahí rondando la memoria. Tu tránsito me conmueve y más que nada alimenta mis silencios y desvaríos. Aunque no te dejas ver se que me rondas. Los celajes de tus cabellos, tus olores, juegan en la brisa nocturna, se extienden como una madeja que también voy hilando hasta perderme como un niño enamorado en su laberinto. Buenas noches Luna, no te vayas nunca.

Luna de septiembre

Septiembre es mes de lluvias y de espacios cerrados. Por septiembre paseamos mojados y felices de encontrar que la vida nos juega a los olvidos. Las mañanas se tornan en cansancio anticipado y las tardes, lechosas y sonámbulas nos exigen mutismo.

Septiembre juega a ser como otros meses, pero su carga de aguaceros ciclónicos despierta en nuestra piel primitivos encuentros con los rincones húmedos.

Septiembre sin salidas revisando ideas viejas, sacudiendo modorras otoñales y tratando el olvido de un verano exitoso que quemó en ciertas playas todas sus osadías.

Septiembre viejo y siempre renovado como un amigo pródigo que regresa a la casa.

Su capa y su paraguas colgando afuera en el balcón, tan viejo y distraído como el año pasado.

Su pasión por contar crónicas de otros sitios mientras pide descanso y buen vino.

Septiembre generoso que nos encuentra encerrado sumando cuentas viejas que habíamos olvidado.

Cómo nos juega el tiempo su dócil balanceo para ponernos viejos mirando por las rejas las voces que se fugan, los cuerpos que abatidos refugian su cansancio en prisiones domésticas.

No es verdad no estamos abatidos. Somos nosotros mismos, más viejos pero intrépidos todavía, pensando que la lluvia es tiempo de silencios, de mirar hacia adentro, de encontrar fogonazos de luz allí donde las sombras erigen sus crepúsculos.

Pensando que este día se apagará también en algún minuto que estemos distraídos pesando nuestras culpas por vivir tan distantes de las expectativas.

Septiembre y tú que llegas, Luna, para quedarte.


Luna de septiembre

ISLA DEL ENCANTO

Ha sido una temporada lluviosa en mi isla. Entre las noticias de fuertes aguaceros, tapones en las ciudadades, inundaciones y asesinatos, la primavera comienza a tejer el verde más esplendoroso del trópico. Ese verdor que sube de valles a colinas, que entra en los pueblos por las enredaderas de sus vecindarios de todo tipo,provee una insólita apariencia de tranquilidad. En esta Isla del Encanto, como le llamó no se qué campaña de publicidad hace muchos años, el verdor, el agua y las intensas brisas marinas contribuyen a una felicidad inagotable, que no cae vencida por las noticias de tragedias que ocurren diariamente. Diríamos que somos un pueblo feliz. Un pueblo que trabaja para celebrar, que vive hoy planificando la fiesta de mañana y que convierte a la víspera de la fiesta en la más grande celebración. "Serán las rémoras del colonialismo", dirán algunos. Hasta en los velorios se celebra. En fin, no hay quien detenga esa propensión a ser felices, aunque estemos embrollados como ciudadanos, desempleados, en espera de noticias tristes. Siempre, por algún rincón del alma colectiva, entrará esa brisa que nos arropará con su encanto. Entonces llamaremos a unos cuantos amigos o conocidos de los más cercanos y formaremos, en cualquier lugar y tiempo, la fiesta que nunca habíamos planificado. Porque somos así, felices, satisfechos, consumidores paranoicos y siempre estamos dispuestos para la celebración, sin pensar en el mañana.

Barco a la deriva

El verano está cerca
y la voz de las olas toca a la puerta.

Las pobladas orillas se anuncian
como una bendición

Pero es temprano todavía
para soñar
pues no sé si este año
regresarán tus ojos sedientos de la tarde
a este lugar de súplica
y marismas secretas
que abandonaron viejos tiempos.

Mientras tanto
escucho ese bolero que hace la certidumbre
de todos mis deseos
y me preparo como puedo
para los desafíos del verano
pensando que vendrás
y que serás la misma
alocada muchacha de mirada perdida
que soñé alguna vez.

LA MUSA DEL OCASO

Te ibas a la hora del ocaso
y yo también marchaba a mi aposento.
Eramos dos silencios y un aliento
cuya dicha moría paso a paso.
No sé decirlo de otro modo, acaso
perdí la lumbre del entendimiento
de tanto divagar. Cuando lo siento
ahora que ya todo es un fracaso.
Me quedó una canción de aquel instante
algo que se salvó del rutilante
mundo de las espinas y las rosas.
El resumen de haber querido tanto
es un papel borrado por el llanto
en el libro de tantas otras cosas.

HILACIONES DE SOLEDAD

Entre dos laureles que pujan por otear el viento, tardes soleadas que anuncian casi siempre esplendorosos crepúsculos, libros a diestra y siniestra, papeles a medio terminar, me tumbo en la orilla más íntima del patio a esperar el anochecer, como quien espera un milagro. Cada día es la misma historia: anocheceres vienen y van acariciando los árboles y dejando sus láminas de sombras a la orilla. Me convierto así con el pasar de los años en el inútil cantor de las soledades cultivando memorias que crecen debajo de los árboles como únicas compañeras del destierro. Es para lamentarse, pero, si no hay dolor, si no hay pena, ¿quién es más feliz que este aldeano olvidado a sus propios quehaceres y paradojas, sin títulos, sin dinero? Muchas vidas se han estrellado en el vacío de las esperanzas no conquistadas. Algunos que conocí regresaron echando espumas como sonrisas milagrosas, otros todavía divagan a la intemperie de los caminos gozosos de no terminar nunca su recorrido por el ancho mundo de las ilusiones y los espejismos. Yo me quedé aquí. Permanecí en este pedazo de la tierra olvidada, este rincón sin nombre, también de esperanzas abolidas, pero sobre el cual florecen los árboles que me dan sombra y me protegen. No sé cuánto he perdido por no haberme movido, imagino que mucho. No he salido, pero no crean que me aburro. Cada atardecer, mientras las sombras descienden y se posan en estos rincones que quiero tanto, cuando emergen los grillos, las chicharras y los coquíes, hilo memorias de lo distinto y lo inefable, como si fuera una araña reunida y dispersa por los lugares que nunca visité. No sé si con eso me basta para ser feliz, pero me ha servido para darle sentido a mi inutilidad.

A ella

¿Quién relata las rondas del desamor y el tiempo
que nos vence a la orilla del olvido
quién cuenta los minutos, los pasos del desvelo y
la agonía que el recuerdo no puede consolar?

¿quién dice que detrás
de la mirada se esconde
el cazador indefenso, sumergido
en su mar de preguntas sin respuestas?

Tal vez tú no lo sepas
ni yo, que ando volcado de preguntas.

El amor que me vence sin embargo,
que desborda en su andar todas las máscaras
es animal perdido en laberintos
que nadie puede descifrar.

Lo digo porque estoy enamorado
y esto es mucho decir.

En vigilia

Es viernes y la tarde se deshoja en aguas estancadas. Al otro lado del pantano se inicia un camino que pretende recoger el horizonte. Al lado acá sucumbe la esperanza de la orilla sin naves. Los barcos abandonados siguen, sin hundirse, abriendo rendijas a los viajes de la memoria. En algún momento llegará la noche y todo será igual: una tarde más de esperanzas perdidas y silencios traicionados.

Pequeño club nocturno

Cantó la soledad
Pulsó viejas canciones
Para enhebrar su viaje
Por tristes serenatas compartidas
Que nadie recordó

Falsas canciones de jovito canales

Los periódicos de la época hablaron de muchos asuntos del pueblo.
Las luchas entre republicanos y populares,
Entre independentistas y populares
Los robos de café
Y la inauguración de algunos puentes
Y carreteras que traían acceso a barrios olvidados.

Nada se dice del pequeño club nocturno. Ni una ficha.
Ni una mención en el cúmulo de páginas
Que hicieron la historia oficial del pueblo.

He buscado entre las viejas fotos algún signo
de las noches que hoy se tornan borrosas.
ahora que los sobrevivientes se han ido
a ocupar otras comarcas
Y la música del recuerdo se torna
solitaria acompañante de la mirada.

He buscado entre las sombras
de los viejos aleros
por los rincones
donde los ancianos rumian sus mejores recuerdos
entre las ruinas que proclaman que hubo tiempos mejores.

¿Recuerdan el pequeño club nocturno
donde se bailaba hasta el amanecer
con música de tríos
donde el ritmo
y las canciones de la orquesta de rafael muñoz
marcaban cada hora de la noche

Nadie contesta.

La pregunta se ahonda en el vacío
que el recuerdo escudriña
la memoria cuenta los días que se fueron
y alguien hurga en el tiempo

¿Es sueño o esperanza
que de súbito templa viejas cuerdas?

¿Vieron a Chiquitín Agudo?
¿Recuerdan sus interpretaciones
de viejas guarachas cubanas
sus ojos desbordantes de noches a intemperie?

¿Dónde se ahogó la guitarra de Cico Vera?
¿Por cual orilla del río y hacia qué territorios
se fue la cantante de los ojos de almendra
que vino algunas noches
acompañada de Octavio el correcostas?

El olvido tiene muchas formas de decir las cosas
y ahora es el río, tal vez la única voz persistente
a las orillas del pueblo, quien responde
un murmullo que nadie escucha.

A las ocho y media abrieron las puertas del bar.
Fueron llegando los clientes habituales del Pequeño Night Club
tan pronto se encendió su portal de neón.

Y Chiquitín Agudo salió a mirar la luna
y a fumar sin apuros un Chesterfield aromado.

Luna que se pierde bajo las tinieblas, sonaba el viejo bolero
que servía para afinar la noche salpicada de promesas.

Los nombres del pueblo palpitan entre las cuatro mesas y sus veinticinco sillas
como el repertorio de la mejor conciencia. Se repasan las historias para que todos sepan
que son una misma familia. Don Tercio, el propietario,
ríe con todo el esplendor posible porque anticipa una nueva batalla generosa.

Antes no se bebía vino.
Era raro ver en las mesas copas y botellas de vino, sin embargo el medio litro de ron don q o palo viejo eran acompañantes habituales.

El costo no aumentó durante mucho tiempo.
Tampoco se cobraba la entrada en los bailes que amenizaban los grupos locales.

Y don Tercio siempre estaba contento. A las cuatro de la mañana cuando el último parroquiano apuraba el fondo de su último trago cerraba las puertas y salía en su antiguo Chevrolet oscuro hacia su casa en las afueras.

Esa era la vida.

Así era sábado tras sábado.

Se repetían historias que ningún cronista mencionó.
A lo mejor historias apócrifas pero que recordamos como verdaderas.
Ahora lo único que nos queda es el río
el pequeño río cuyo territorio han querido usurpar
Pero que todavía canta
y dice versos que nadie recuerda
En un lenguaje que nadie escucha.
Un río que ahora no es un río.

Por que todos se han ido como se han ido sus recuerdos
y a lo mejor resulta que el pequeño club nocturno es una fantasía
de cómo queremos que hubiera sido el pasado
antes que todo comenzara a derrumbarse
y cuando las canciones se convirtieron en plegarias
y la música se fue por caminos
que nadie se atrevió a recorrer.

Memorias y canciones vuelven de las cenizas y pasan por nuestro lado como fantasmas.
El pequeño club nocturno murió para siempre. Para siempre.

Se lo llevaron Chiquitín Agudo, el último músico de diez pesos la noche,
Y don Juan Tristeza que más abajo en su bar de una sola puerta dilataba las mejores noches de algunos parroquianos, o más abajo todavía donde Tato el Corso pulsaba impredecible los mejores tangos.
Se lo llevaron Efraín de Jesús, ingeniero, poeta y bohemio, con su melódica cajita de fósforos y papito cordero, el último bolerista del pueblo

¿Recuerda usted el pequeño club nocturno,
a dónde fueron a parar la guitarra deChiquitín y el violín de Lausell,
a dónde aquellas mujeres tan fuertes y gozosas para el tiempo del amor,
quien deshizo la eternidad de aquel tiempo impulsado por tristes serenatas compartidas?

Bajo las ruinas de la memoria pasa el río atravesado de silencios y fantasmas que huyen y la noche, que ha sido espléndido solar de los recuerdos, transita por otros lugares, fijando espacios nuevos.

El bar ha cerrado sus puertas. Se apaga el neón.
Bajo los aleros humedecidos por la madrugada surge otro tiempo que trepida sobre las viejas osadías.

La noche se deshace en plena ebullición de sombra y humedad. Vendrán días rodando como espejos por la historia marchitada,
y doblar la próxima esquina, todavía la voz alcoholada de Chiquitín Agudo rasgará el último tema de la memoria que se niega a morir.

“Sin ti la vida es nada, las horas son tormentos...”

18 de marzo de 2004

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Tránsito bajo la lluvia

Se disipa el andén del hombre solo.

El tiempo viene con su interlocución de lobo hambriento
A darme la muerte por palabra a celebrar su destrucción en las raíces de mis penas y mis alegrías.

Aúllo por la noche el sentimiento de desolación mientras miro hacia el fondo de aquella incertidumbre que nace del pasado. Un pasado que atraviesa como un plasma febril la imagen dislocada de mi piel.

En las arenas de una playa que la luna ensombrece encontré la frontera. Anduve horas por los contornos de mi ansiedad – animal sin rendirse bebiendo de su sed un mar inmenso.

Los hombres me miraron con deseos de muerte con escondido asombro y asco me miraron.
Y yo miré sus ruinas como las sombras de mi ayer sin gozo, como invocada podredumbre, como locura deseada.

Yo sentí en mi voz callada sus deseos.

Después que partieron todos los habitantes de aquella orilla la noche volvió a ser mi centro
y mi voluntad.

Miré hacia adentro, hacia el vórtice donde moría mi última hilacha de hermandad. El lobo volvió a aullar, a tenderse en la noche, poblando su soledad de lamentos y deseos.

El susurro de mi palabra calló en sus sed, se hizo cenizas en la noche, se dispersó hacia la nada. El ángel imposible ya no tuvo piedad de su futuro y taladró la noche como si atravesara su propia sombra camino al porvenir.

Angel Maldonado

Perdón, por los libros que no escribí

Hace unos cuantos años, mi amigo, el poeta Guillermo Gutiérrez, me dijo que yo era muy hábil lanzando títulos de libros que nunca se constituían en obras. De ese juicio han pasado más de dos décadas en las que los títulos de nuevos libros han flotado como ocasionales satélites por las esferas de las bohemias con los pocos amigos literarios que, a pesar de las falsas profecías, todavía persisten en escuchar con aliento y devoción la llegada de mi futuras obras literarias.

De esta manera nació hace tres décadas el título Canción como alarma, que anunciaba un libro de poemas comprometidos y cuyo compromiso fue a parar al fondo de los más oscuros zafacones de la memoria. Unos años después lo fue el fallido libro Fósiles que quedó, en eso mismo, alimentando la soledad de algunos de los rincones de las casas donde he vivido el basurero municipal. Le siguió Breves Ocasos y Profecías. La profecía fue tan breve que no llegó a conjugarse. Todavía me pregunto qué desencanto hizo que tal título convertido en libro siguiera la ruta de los anteriores.

En el interim Memorial de otro tiempo se salvó, como testimonio de papel, gracias a la gestión del poeta y pintor Ernesto Álvarez, que lo incluyó en una revista académica publicada en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Posteriormente el poeta Reynaldo Marcos Padua lo insertó en la Internet y por ahí sobrevive, como tumba sin consagrar en los cementerios de la poética virtual y la de papel.

El amor no escapó a esos vaivenes de los títulos sin libros. La musa del ocaso es un libro dedicado a una mujer que nunca tuve, por abismal y pasajera. Cierta cursilería de amante desenfocado deshizo el libro antes de que viera, gracias a Dios, cualquier rincón de la pública luz. Hoy es eso, sólo el recuerdo de un título.

La retórica de la vida cotidiana nos hace duchos en saberes que terminan en nosotros mismos. A veces, un poco de esfuerzo convierte los despojos de nuestros amores y desamores en testimonios que nuestra vanidad hace ver como obras. Otras veces adquirimos unas destrezas que aún con sus más sonadas limitaciones, nos permiten hacer cosas algo diferentes, nos ayudan a salir de lo trillado. Furores que se deshacen. Otras veces roturas existenciales nos hacen poner a un lado los proyectos de libros e ir por los prosaicos senderos del vivir.

Por eso no es de extrañar que a pesar de haberlo anunciado hace mucho tiempo, tal vez diez años, todavía no hayan salido mis libros Aguacero y Vivir, el falso imaginario. El primero de estos, un decimario, es esperado con ansiedad por Guillermo Gutiérrez. Del segundo, un libro en prosa, debo una copia al amigo Armando Moyano, que me escribió solicitándolo hace varios años desde Alicante, España y más recientemente, desde la Gran Canaria. Me gustaría complacer a ambos por complacerme a mí mismo. Aunque los títulos nunca salgan, el sabor que les dio vida, llegará de algunas formas a sus manos.

Matar el cabro y otros cuentos es un ejercicio de prosa. Este libro pudo salvarse pues existe como desgajado cúmulo de silencio en la notaría de mi amigo Luis Alberto Torres, que una noche de borrachera adquirió sus derechos de publicación, así como los derechos de las traducciones a todos los idiomas modernos, incluyendo el Mandarín, el vietamita, etc., etc. De darse las borrachas profecías de editor y autor, no hay duda de que será un éxito literario.

Pasan los años y el placer de fundar títulos e imaginar libros se ha convertido en una pasión, en un vicio del que no se puede tener vuelta atrás. Por lo menos, como diría Guillermo Gutiérrez, he sido un buen creador de títulos, aunque los libros sean la esperanza, la fruta apetecida al otro lado del camino o la revelación que me habrá de llegar algún día.

Angel Maldonado

Terrorismo arma que nos hiere a todos

Escribo indignado, desde la paz de las colinas de la isla de Puerto Rico luego de haber visto las imágenes que nos trajo CNN y lo que he podido leer en algunos portales españoles. Resulta increíble ver hasta dónde es capaz de llegar el hombre, sin duda el peor de los animales, cuando lo animan los ciegos afanes de las ideologías. Volvemos a ver un capítulo más de los que se vivieron en New York el ll de septiembre y los que han vivido otras sociedades. ¿Hacia dónde camina el mundo? ¿Podremos pensar acaso en las posibilidades de una paz, si no duradera, cimentada en el entendimiento que el prójimo somos nosotros mismos? Los atentados de Madrid ponen en duda muchas cosas, inclusive la ineficiencia de los estados para atender la seuguridad del pueblo, algo que se presenta en todas latitudes del mundo con mayor o menor grado. No hay que desariar al intelecto para entender que el pueblo español ha sufrido en carne propia su mayor dolor en este día, pero que todos los que creemos en la paz, en el entendimiento, en la hermandad, especialmente aquellos que solo contamos con unas pocas palabras para hacernos entender, hemos perdido algo de nosotros, algo que ni siquiera nuestras condolencias pueden reparar. Angel Maldonado